jueves, 13 de marzo de 2014

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En sus mejores momentos fue algo más. Entonces aun brillaba; sentía esa necesidad, igual que la siente ahora. Tiene que ser así, y ya no lo es. Algo se llevó su fuerza, su alma. Por más que intente, por más que finja... No vive en la realidad que cree, sino en la que necesita. Y lo sabe, porque de alguna manera entiende que es mejor así, que es menos complicado y triste. Que es mejor pensar y sentir como sigue brillando, como la fuerza de su corazón puede con todo. Como ser una traza negra en un papel blanco. Como la melodía que se desliza sobre el triste silencio. Como un rayo de luz que penetra una habitación oscura. La cima de la montaña. La meta. A la vez la causa, y la consecuencia. El problema y la solución.
Nunca todo, pero nunca nada. Lo justo para ser como una gota de aceite sobre una gota de agua. Diferente, reconocida.
Ahora es tan solo una traza más sobre algún papel tintado, notas disonantes que componen un molesto ruido, agua sobre agua...
Ahora hay razones, argumentos cuadrados, y movimientos pesados. Hay prisiones al aire libre, pequeñas prisiones al aire libre. Diminuto es el mundo interior que nos rodea, y diminutas son las prisiones que lo forjan, que no dejan ir más allá, que la obligan a ser el espectador, y no el protagonista.
Por eso piensa que es mejor cerrar los ojos. Para tan solo sentir, y dejar de ver. Tan solo pensar. Creer.
Pasan los días y cree que se trata de un apagón. Pero no sabe que se trata de una bombilla fundida, que jamás volverá  a encenderse. Que llegó su hora. Que tarde o temprano, por más que se esfuerce, alguien cambiará esa bombilla, y ella pasará a vivir recordando su momento de gloria.
Porque vivir creyendo que algún día volverá a encenderse es un error, y es un error que consciente o no, tan solo comete ella.

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